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¿Qué torturas les infligieron esos sádicos psicópatas comunistas? En Letonia...pero también en Hungría, Lituania, Polonia, Rusia, España, China, Camboya, Cuba, Angola, Afganistán, Alemania, Francia, Italia...
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miércoles, 27 de enero de 2010

El Congreso de Chilan (segunda parte)


La radicalización de los socialistas de Chile en la década de 19601

Luis Ortega Martínez (*)

(*) Doctor of Philosophy (Ph.D), University collage, University of London. Académico del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile.


RESUMEN

Los análisis de la política chilena de la segunda mitad del siglo XX coinciden en señalar que la radicalización política del Partido Socialista de Chile (PSCh) desde mediados de la década de 1960, fue el producto del fuerte impacto que tuvo sobre su estructura e ideología el "fenómeno cubano", es decir el triunfo de la revolución en Cuba en 1959. El PSCh, siempre permeable a las experiencias revolucionarias y reformistas en el mundo de los "no alineados", habría recogido y adherido a las tesis insurreccionales cubanas para América Latina y con ello habría variado, fundamentalmente, su línea política, y de paso habría introducido un elemento de inestabilidad al conjunto del sistema político chileno. Este artículo cuestiona esa visión y propone que la radicalización de los socialistas de Chile es un fenómeno que antecede en su origen a la revolución cubana y que sus raíces más profundas se encuentran en la crisis partidaria de la década de 1940, resultado ella del fracaso de las coaliciones con partidos de centro.

Palabras claves:

Parido socialista - Crisis partidaria- Radicalización política


ABSTRACT

Conventional wisdom maintains that the radicalization experienced by the Partido Socialista de Chile (PSCh) as from the mid 1960s was the result the impact upon the organization of the triumph of the Cuban revolution in 1959. The PSCh, according to this view, not only enthusiastically adhered to the "Cuban path", but by doing so introduce an element of instability into the Chilean political system. This article questions that thesis, and proposes that the socialist radicalization in Chile started in the 1950 and to a large extent was the result of the deep socialist crisis of the late 1940 and the PSCHs disappointment with coalitions with centrist parties.

Key words:

Socialist Party - Crisis - Political radicalization


La sabiduría convencional ha determinado que la radicalización política e ideológica del Partido Socialista de Chile (PS) desde mediados de la década de 1960, fue esencialmente el resultado de la influencia de la revolución cubana sobre la organización. En este estudio se plantea que, muy por el contrario, el proceso de radicalización antecedió en su origen al desenlace de la revolución en Cuba y que, en lo fundamental, está vinculado a la crisis del socialismo chileno en la segunda mitad de la década de 1940, producto ella de la participación en coaliciones de gobierno que tuvieron como eje el centro político, el Partido Radical. También contribuyó a ello el deterioro del apoyo popular y, tal vez decisivamente, la participación de un segmento de los divididos socialistas, en la coalición que eligió Presidente de la República a Carlos Ibáñez del Campo en 1952, y a su frustrante participación en los primeros 18 meses de su gobierno.

Un factor adicional que determinó el giro a la izquierda de los socialistas, fue la aguda crisis de mediados de la década de 1950, con su correlato de deterioro social y económico, y con el amplio consenso en torno a la necesidad de reformas estructurales para su superación, lo que para el PS crecientemente sólo era posible concretar a través de un proceso revolucionario.

Es más, es posible plantear que los antecedentes ideológicos remotos de la radicalización se encuentran en los contenidos del Programa de 1947, redactado por Eugenio González Rojas, en el momento más agudo de la primera gran crisis partidaria2.

Este trabajo se sustenta sobre la bibliografía básica acerca del socialismo chileno3, y sobre documentos partidarios impresos, en particular con las resoluciones de los congresos realizados entre 1957 y 1967, y con entrevistas a algunos militantes que tuvieron responsabilidades de dirección nacional en las décadas de 1960 y 1970.

En el XVI Congreso General Ordinario, realizado en Valparaíso en octubre de 1956, los Socialistas Populares comenzaron a apartarse decisivamente de lo que había sido la "política socialista" de alianzas y también a perfilar más claramente el carácter de la revolución, comenzando a transitar por el camino que les llevaría a adoptar la opción insurreccional a mediados de la década de 1960. Para 1956 consideraban agotada la experiencia de los frentes con los partidos burgueses; ello no constituía una sorpresa, pues ese tipo de alianzas había llevado al Partido no sólo a una profunda crisis a mediados de la década de 1940, sino virtualmente al borde de su extinción4. De otra parte, el desencanto luego de su experiencia populista en la candidatura presidencial y en los primeros meses del segundo gobierno de Carlos Ibáñez, era un argumento adicional para terminar con las alianzas más allá del ámbito de los partidos obreros.

Desde todo punto de vista, había llegado:

"la hora de endurecer la lucha, definiéndola tras objetivos revolucionarios, a tono con las aspiraciones de clase de los trabajadores y en tal sentido, únicamente un frente de partidos obreros y la CUT, Un Frente de Trabajadores, podía conducir adelante, sin claudicaciones, una política de clase, bajo la consigna "Revolución o Miseria" proclamada en el XVI Congreso General del PSP.

Detrás de ese giro era posible identificar la vigencia al interior del Partido de ideas trotskistas acerca de la naturaleza de la revolución socialista en los países atrasados, la que rechazaba cualquier rol que la burguesía nacional pudiese tener en el proceso revolucionario tanto por su debilidad, como por sus estrechos vínculos con la oligarquía terrateniente y el imperialismo.

En la preparación del Congreso XVII, la Comisión Política del Congreso de Unidad planteó que existía "la imposibilidad dentro del actual sistema legal, político e institucional, que favorece a las fuerzas sociales regresivas, de promover un efectivo desarrollo de la democracia y el progreso social ... y denunció los efectos disociadores, corruptores y enervantes de la acomodación de los partidos revolucionarios al juego político e institucional de la democracia burguesa, lo que les ha impedido aprovechar las oportunidades que franquea ese sistema para acelerar el avance hacia los objetivos del socialismo"5.

Las conclusiones del Congreso, por su trascendencia para la política del Partido en los diez años siguientes, hacen necesario reproducirlas de manera extensa. En ellas se encuentran los fundamentos del recorrido que el Socialismo chileno haría hasta el "Congreso de Chillán" en 1967:

"Ante este panorama de la realidad nacional, el socialismo chileno confirma su oposición irreductible al régimen existente en el país en todos los planos y proclama su voluntad de dirigir a todas las fuerzas sociales interesadas en su superación en una común empresa política destinada a edificar un nuevo orden social, capaz de asegurar nuestro desarrollo productivo y de crear las condiciones para una convivencia social justa, democrática y progresiva, encaminada hacia el socialismo

Afirma que su convicción de que el desarrollo social y económico de Chile, la experiencia sindical y política de la clase obrera, su gravitación potencial en el país y el desenvolvimiento paralelo del pensamiento socialista, le confieren a esta clase en la medida en que tome conciencia de su papel revolucionario, un sitio de vanguardia en el campo de los adversarios del régimen, y le convierte en el agente fundamental de su transformación"6.

De las consideraciones anteriores, se desprende que un solo y vasto Frente de Trabajadores, manuales e intelectuales, bajo el comando y la hegemonía de la clase obrera e inspirado en la ideología socialista, podía ser capaz de alterar el "status quo" nacional, proponiéndose abiertamente la toma del poder, como único medio de realizar consecuentemente sus aspiraciones.

Para entonces una parte importante del socialismo chileno estaba convencido de que sólo se podían resolver las contradicciones internas fundamentales de la estructura social, si el poder político era conquistado por la clase trabajadora y sus partidos representativos. En la lucha por el socialismo, la cuestión decisiva era, pues, la conquista del poder político, ya que era imposible lograr una transformación estructural de la sociedad, si las clases privilegiadas mantenían el poder de sus partidos y si este poder no pasa a manos del pueblo y las organizaciones que lo representan7.

Dos años más tarde, con ocasión del XVIII Congreso, realizado en Valparaíso, los Socialistas fueron más explícitos aún en cuanto a su política, y se impusieron dos líneas de acción política que habrían de tener un fuerte impacto acerca del carácter del Partido por un lado, y respecto de su accionar en el sistema político, por otro. Todo ello quedó plasmado en las resoluciones 4ª y 5ª. La primera de ellas planteaba la necesidad de llevar la discusión política al seno de los trabajadores y especialmente de los campesinos, hasta formar conciencia de papel revolucionario que deben jugar en la pugna social. La segunda, rechazaba la práctica de alianza o entendimientos con partidos ajenos al Frente de Acción Popular, a excepción de la acción parlamentaria, a menos que razones de gran trascendencia para la vida del Partido y del movimiento popular así lo exijan y sólo en carácter absolutamente transitorio y con objetivos concretos, en el entendido de que no comprometan la línea política del Partido y sus objetivos de clarificación ante la masa8.

Para los Socialistas la nueva política de alianzas de ningún modo significaba hacer concesiones con el fin de mantener la unidad; al respecto la resolución número 3 planteaba que era necesario:

"Alimentar la discusión fraternal y respetuosa entre los aliados del FRAP en aquellos puntos de su política nacional e internacional en que no haya acuerdo, hasta lograr que el entendimiento llegue y la unidad se fortalezca"9.

Esta postura de los Socialistas habría de tener importantes manifestaciones en ásperas polémicas con la dirección del Partido Comunista de Chile, desde mediados de la década de 1960, con relación a la derrota de Salvador Allende en la elección presidencial de 1964, al cisma chino-soviético, las vías de la revolución, y en 1968 con ocasión de la invasión a Checoslovaquia de las fuerzas del pacto de Varsovia que determinó el fin de la "primavera de Praga"10.

El camino de la radicalización socialista continuó y se acentuó en la medida en que las contradicciones que enfrentaba el país en todos los ámbitos de su poder se agudizaban. Cuenta de ello es el análisis de Raúl Ampuero en el artículo "Reflexiones sobre la revolución y el socialismo"11, en el que en primer lugar proclamaba su adhesión al marxismo, entendido como un método de orientación social, por lo que rechazaba lo que él llamaba la posición "talmudista" del marxismo, por su espíritu dogmático y de mera aplicación de conceptos teóricos abstractos. Es marxista, pero, según sus propias palabras, "la peor manera de responder a nuestra misión revolucionaria es caer en la exégesis simple de los viejos textos sagrados o en la imitación servil de la estrategia extranjera".

Respecto de la estrategia partidaria, Ampuero enfrentó el ineludible desafío de tener que referirse al concepto de "revolución democrática burguesa" que enarbolaba por entonces el PC de manera frontal, y concluyó que América Latina no reclamaba una revolución democrática burguesa, pues las burguesías del continente carecían de independencia para desarrollar los procesos que llevaron a cabo las burguesías de los países avanzados; las burguesías latinoamericanas ya eran por entonces tributarias del imperialismo. Con relación a ello señaló: "Yo diría (...) categóricamente(...) que si por revolución democrática-burguesa entendemos una revolución conducida por la burguesía, para extender los derechos populares, para crear un estado verdaderamente nacional, para hacer trizas los moldes de la economía terrateniente (...) ningún país latinoamericano está en víspera de vivirla".

Lo anterior hacía que "la revolución socialista" estuviese en el primer punto de la agenda, y para ello era necesaria "la existencia de un partido con plena conciencia de sus metas políticas, de su carácter de agente de la transformación y cuya organización y régimen interno le permiten operar como un factor de comando sobre la masa trabajadora en su conjunto". Para Ampuero, ese partido era el Partido Socialista, y advertía que frente a las dimensiones de sus desafíos y ante la posibilidad de las clases dominantes rompieran su propia legalidad:

"Si el Partido desea cumplir cabalmente con su rol histórico, deberá agotar el examen del significado de la violencia en el curso de los acontecimientos chilenos. Cualquiera que sea, y ello dependerá de condiciones históricas y sociológicas concretas, su presencia en nuestras luchas políticas parece ineludible y sería un pecado de leso optimismo el suponerla ajena a las tradiciones de nuestras clases dominantes y una ingenuidad imperdonable incurrir en la idealización de los instrumentos electorales.

En el marco de una fuerte polémica con la dirección del Partido Comunista de Chile, con motivo de la celebración de los 30 años del Partido, Raúl Ampuero intervino en un seminario organizado al efecto con una ponencia que profundizaba las concepciones rupturistas y que permitían avizorar en el horizonte grandes definiciones partidarias. En "Los distintos caminos hacia el socialismo" Ampuero formuló, tal vez, el más elaborado análisis para el ideario, contenido y extensión del pensamiento socialista en la primera mitad de la década de 196012.

Luego de pasar revista a los problemas internacionales del socialismo, entre los cuales formuló un lúcido análisis de los movimientos anticoloniales y de liberación nacional y al creciente conflicto chino-soviético, el Secretario General enunció las que a su juicio eran las grandes cuestiones del socialismo contemporáneo, todas fuertemente críticas del ordenamiento del "campo socialista":

El primero de ellos eran los problemas de la unidad de las fuerzas revolucionarias. Es decir la necesidad de integración del movimiento socialista en un sistema democrático de coordinación política, estratégica e ideológica, sobre la base del respeto a cada uno de los partidos y a cada una de las experiencias y abordar con objetividad científica las denominaciones de "sectarismo" y "revisionismo".

La segunda, se relacionaba con el tema de los métodos de lucha. O sea, análisis de la concepción de la revolución y de la reforma, la combinación de los medios legales e ilegales de lucha, en su valorización nacional y como alternativas posibles para América Latina.

En tercer término, hizo referencia a los problemas ideológicos. Entre ellos la coexistencia pacífica y la lucha de clases, y sus implicaciones conexas de paz y desarme, y la concepción de la guerra de liberación nacional como una guerra justa, porque un clima de convivencia pacífica en el plano universal, un aflojamiento de las tendencias internacionales, no sólo no obligaban a renunciar a la lucha por los cambios sociales en el seno de cada país, sino más bien "ella puede tener un renovado impulso al librar a los partidos y movimientos del peso de la polarización de los bloques y de las amenazas de la guerra internacional". También se refirió a la importancia de analizar cómo en una sociedad socialista por el sólo hecho de establecer un gobierno revolucionario no se resuelven automáticamente todas las contradicciones, y la necesidad de enfocar, entonces, los asuntos del Estado, el capitalismo de Estado y el burocratismo, dentro de una sociedad básicamente socialista.

Otro de los temas discutidos por el líder socialista fue el concepto de dictadura del proletariado. Es decir, plantear la dictadura del proletariado como democracia de trabajadores, pues dentro de las tradiciones socialistas y en el espíritu de Marx y Engels se encuentra la idea de que la dictadura revolucionaria del proletariado debe desembocar en la amplia democracia de los explotados. Por ello "la experiencia stalinista ha demostrado la necesidad de establecer instrumentos institucionales democráticos en el Estado obrero, que neutralicen las tendencias represivas".

Otros tres problemas llamaron la atención de Ampuero; la propiedad nacionalizada; las relaciones de intercambio entre naciones socialistas y problemas del desarrollo económico socialista y, por último, los problemas políticos. Especialmente aquellos que se relacionaban con el estudio de los instrumentos institucionales democráticos del gobierno revolucionario, y en especial, la creación de instituciones que mantuvieran la conexión entre el interés político y social de las masas trabajadoras y los objetivos de su gobierno revolucionario, poniendo atención a la concepción del partido aislado y sólo, como único intermediario entre la voluntad política de las masas y el Estado, o las ideas de un partido como centro y columna vertebral de una más amplia organización de instituciones, movimientos y personas.

Por aquellos días ya soplaban los aires del "efecto cubano" y el Partido, como es sabido, no estuvo ajeno a su influencia, sino que por el contrario, la experimentó intensamente. Pero tampoco el Partido estuvo ajeno a las implicancias del cisma chino-soviético. En su informe al XX Congreso, febrero de 1964, el Secretario General manifestó:

La crisis chino-soviética, principalmente, pero también el embrujo romántico de las acciones guerrilleras en otros escenarios o la demagogia irresponsable de algunos aventureros, constituyen los ingredientes básicos de quienes pretenden fundar una nueva agrupación política, que dispute el campo a socialistas y comunistas. Nada tendríamos que objetar si se conforman con reclutar adeptos limpiamente, rivalizando con nosotros a la luz del día; pero no es así, las expectativas están puestas en la previa destrucción del Partido Socialista13.

El momento decisivo en la trayectoria socialista hacia una concepción insurreccional tuvo lugar en torno a la realización del XXI Congreso en junio de 1965 y está marcada por la tercera derrota electoral de Salvador Allende como candidato presidencial, los reordenamientos en el seno de la izquierda y el desafío DC en cuanto a partido con actividad de masas. Fue en ese Congreso, realizado en Linares, en que el Partido radicalizó sus planteamientos teóricos, y dejó abierto el camino y dadas las condiciones para que dos años más tarde, en Chillán, se adoptara la "vía insurreccional".

Las discusiones de ese Congreso tuvieron como base una tesis política elaborada por una figura partidaria emergente que tuvo una gravitación importante en la vida interna del Partido hasta 1973, Adonis Sepúlveda Acuña, en la que realizó un recuento del devenir partidario desde el Congreso de unidad de 195714. Sin embargo, su eje principal lo constituyó su análisis del estado en que quedó el movimiento popular después de la elección de septiembre de 1964; en él, nuevamente los fantasmas del reformismo y la colaboración de clases comenzaban a rondar al socialismo chileno:

La no conducción de la lucha social hacia un enfrentamiento decisivo de clases y su orientación exclusiva por la vía electoral, presentando ese camino como una etapa de la revolución chilena, dejó a ésta sin otra posibilidad que el triunfo en las urnas. El fracaso la dejó sin salida momentáneamente, provocando un cambio en el estado anímico y en el sentido del movimiento de masas: su reflujo político.

Sin embargo, el proceso de la revolución no se rompió con la derrota. Su desenlace ilegítimo -que no llevó a jugarse a la clase y sólo desgastó sus energías en luchas insustanciales- permitió que sus fuerzas quedaran con sus cuadros vivos y combatientes.

El problema era ahora la definición del objetivo estratégico en pos del cual había que invertir todo "este capital político, puesto nuevamente en marcha hacia la toma del poder como objetivo de fondo, depurado y orientado sin debilidades ni vacilaciones hacia su meta histórica, debe culminar ineludiblemente en el triunfo del socialismo".

El problema creado por la emergencia de la Democracia Cristiana como fuerza política popular de masas, y su política de "Revolución en Libertad", obligaba al socialismo a perfilarse de manera más clara, de tal manera que los llamados desde el centro no tuvieran eco en las filas partidarias; a los socialistas estos no pueden hacernos dudar de la vigencia de nuestros postulados básicos. No hay ni puede haber una sino una revolución: la que lleve al poder a la clase obrera y al pueblo para realizar a través de un solo proceso las tareas incumplidas de la revolución democrático-burguesa y la revolución socialista.

Desde ese punto de vista, las tareas de los socialistas eran claras y representaban trascendentes desafíos, pues:

"nuestra perspectiva sigue siendo la toma del poder, aunque este objetivo no esté a la orden del día en lo inmediato por las condiciones actuales que han cambiado la característica y el ritmo de la lucha. Dentro de esta perspectiva, las tareas presentes de los partidos de vanguardia son por un lado, la reconquista de las masas...y por otro, impulsar la lucha del pueblo desde su nivel actual hacia una salida revolucionaria que culmine con la toma del poder (...)".

En esa perspectiva tampoco era plausible un entendimiento con el centro radical, e igualmente era considerado funesto continuar alimentando agrupaciones minúsculas, seudo izquierdistas a las que calificó como a "verdaderos despojos de la burguesía". Sería fatal forjar nuevas ilusiones en las masas; por lo tanto, junto con agilizar la organización del movimiento popular, incluida la Central Única de Trabajadores, el Partido debía afianzarse de nuevo en las masas con una política de contornos precisos y definidos.

Tal postura significaba reafirmar la vigencia de la línea estratégica establecida en 1957, pero a la vez revisar los contenidos de la alianza con el PC. Al respecto, en cuanto al FRAP, el documento de Adonis Sepúlveda planteó que:

Como expresión de la línea de Frente de Trabajadores, debe constituirse en un efectivo Frente de Clase, que prepare con un sentido revolucionario el nuevo ascenso del movimiento popular. Una política de este orden implica resolver las diferencias que neutralizan la acción de los partidos obreros, para dar paso a una perspectiva estratégica común elaborada en franca y abierta discusión. Porque mientras se mantenga la actual correlación de fuerzas dentro del movimiento popular, la consecución de objetivos revolucionarios de la clase obrera sólo será realidad si la conducción del movimiento no significa dos líneas divergentes, ni menos una orientación supeditando a la otra. La unidad socialista-comunista ha significado, en los hechos, dos puntos de vista que han chocado en momentos trascendentales o se han impuesto subrepticiamente. No obstante estos obstáculos paralizantes, ha sido la unidad de clase, la unidad socialista-comunista, la que ha permitido la formación orgánica del movimiento popular y ha impulsado su desarrollo. Esta premisa sigue siendo válida, pero por los propios resultados de la estrategia seguida como por la experiencia ganada con las actuales formas de entendimiento, necesitamos elevarla a un plano distinto en el cual los objetivos y la estrategia común no impidan la configuración política propia de cada partido. La unidad socialista-comunista sigue siendo valedera y está en la esencia de la línea de Frente de Trabajadores, pero no unidad por la unidad, sino unidad para preparar el camino de la revolución y consumarla15.

Y a continuación planteó la tesis que llevaría a los Socialitas a elaborar la polémica resolución del Congreso de Chillán, dos años más tarde:

"Nuestra estrategia descarta de hecho la vía electoral como método para alcanzar nuestro objetivo de toma del poder. ¿Significa esto abandonar las elecciones y propiciar el abstencionismo por principio? Debemos clarificar este problema sobre el cual, consciente o inconscientemente, se hace tanta oscuridad. Un partido revolucionario, que realmente es tal, le dará un sentido y un carácter revolucionario a todos sus pasos, a todas sus acciones y tareas que emprenda y utilizará para estos fines todos los medios que permitan movilizar a las masas...Afirmamos que es un dilema falso plantear si debemos ir por la "vía electoral" o la "vía insurreccional". El Partido tiene un objetivo, y para alcanzarlo deberá usar los métodos y los medios que la lucha revolucionaria haga necesarios. La insurrección se tendrá que producir cuando la dirección del movimiento popular comprenda que el proceso social, que ella misma ha impulsado, ha llegado a su madurez y se disponga a servir de partera de la revolución. No podemos predecir la forma concreta que adquirirá en el futuro la insurgencia de las masas (...) En la nueva etapa de la Revolución Chilena, el Partido Socialista tiene una nueva posibilidad de poner a prueba su condición de vanguardia revolucionaria de la clase, impulsando todas las iniciativas de las masas, desatando sus energías revolucionarias y convirtiéndose en campeón de sus luchas reivindicativas inmediatas y su liberación definitiva (...)".

Además el Congreso partidario acordó, por una parte, redoblar sus esfuerzos por afianzarse en las masas, y por otra, en el plano interno, experimentó un giro trascendental al adoptar el "leninismo". A partir de entonces, y de acuerdo con el mandato del XXI Congreso, se abocó a:

1º Planificar metas y tareas dirigidas a mejorar el rendimiento interno partidario en todos sus niveles de trabajo.

2º Impulsar una actividad política y doctrinaria destinada a recuperar los perfiles propios del Partido.

3º Sacar al PS de su aislamiento internacional.

Con relación al primer punto, el desafío era mayor y se declaró 1966 el "año de la organización". En el Pleno Nacional de marzo de ese año se acordó celebrar una Conferencia Nacional de Organización, la que se desarrolló en Santiago en agosto, a la cual concurrieron delegaciones representativas de 33 comités regionales, y miembros acreditados de las diferentes brigadas y frentes.

La Conferencia replanteó los principios orgánicos y modificó los Estatutos de acuerdo con lo cual el Partido se transformó en una organización marxista-leninista de cuadros revolucionarios para realizar una política de masas. La estructura orgánica también fue modificada de manera tal que respondiera adecuadamente a los mayores requerimientos de la línea política cada vez más inclinada a la vía insurreccional Nº 79, agosto de 196716.

¿Quiénes fueron los líderes de la transformación?

Básicamente la generación que se hizo cargo del partido en 1947, y en este sentido Raúl Ampuero jugó un rol decisivo. Él, Adonis Sepúlveda, Clodomiro Almeida, Iván Núñez y Julio Cesar Jobet fueron los inspiradores intelectuales y políticos de una experiencia que marcó una de las etapas más fascinantes del Partido Socialista de Chile.

En menos de una década, el Partido había experimentado una transformación teórica y orgánica trascendente, al punto que aún hoy es motivo de polémicas. Ese tránsito, los Socialistas chilenos lo iniciaron a través de sus propios análisis antes del triunfo del Movimiento 26 de Julio en Cuba, pero sin duda que el desarrollo de la revolución en ese país jugo un rol importante, mas no determinante, en la radicalización del Partido Socialista de Chile.

CONCLUSIÓN

La radicalización e izquierdización del Partido Socialista de Chile fue un proceso que se originó en sus propias crisis internas y que se gestó con el recambio generacional en su dirección desde fines de la década de 1940. Ese proceso, en gran medida, estuvo determinado por la frustración que generó al interior de la organización fuerzas centrífugas y pugnas internas que le levaron al borde de la extinción en 1946.

La frustración de los socialistas chilenos luego de ocho años de colaboración en gobiernos encabezados por el Partido Radical tuvo altos costos políticos, que se expresaron no sólo en divisiones y la partida de líderes históricos, como fue el caso de Marmaduke Grove, sino en una vertical caída en el apoyo electoral que había logrado en sus primeros años de existencia, que se prolongó por algo más de una década. También esa crisis llevó al socialismo chileno por caminos divergentes en cuanto a las alianzas políticas que desarrollaron los principales sectores en que se verificó su división. Así, en 1952 mientras el grueso de los socialistas se plegó a la candidatura presidencial populista de Carlos Ibáñez, el sector minoritario, encabezado por Salvador Allende, inició una política de alianzas con el Partido Comunista de Chile, en su primera candidatura presidencial, que se prolongó hasta, por lo menos, 1976.

En alguna medida, ello reflejó las contradicciones socialistas por el próximo cuarto de siglo, pues mientras las resoluciones de sus congresos empujaban cada vez más a la organización a posturas y posiciones radicales que culminaron en las resoluciones del Congreso de Chillán de 1967, el Partido siguió participando con entusiasmo en las contiendas electorales, ya fuesen ellas municipales, parlamentarias o presidenciales.

El doble discurso partidario tuvo un costo importante para el Partido, en la medida en que su retórica revolucionarista generó al interior de la organización fuertes tendencias, que se alejaron cada vez más de la lógica de la política parlamentaria, mientras que, por otra parte, sus diputados y senadores jugaron un rol protagónico mayor. Las repercusiones de esa tensión estratégica tuvieron su máxima expresión luego de la tercera derrota de Salvador Allende en la elección presidencial de 1964. Al interior de la organización ello se expresó en la proliferación de grupos que buscaban convertir al Partido en una organización con capacidad de combate para la conquista del poder. Los grupos que se generaron al interior fueron numerosos, aunque de efectividad variable.

Las contradicciones del Partido en cuanto a la práctica de la política parlamentaria se agudizaron para adquirir su máxima intensidad, y dramatismo, durante el gobierno de la Unidad Popular.

Pero las repercusiones de la radicalización del socialismo, por cierto, no estuvieron limitadas al ámbito partidario. Ellas se expresaron en una importante influencia en el aparecimiento de diversos y numerosos grupúsculos de ultra izquierda que comenzaron a emerger desde 1965, algunos de ellos, como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, en gran medida originado en el seno del Partido.

1 Este artículo forma parte de los resultados del proyecto de investigación "El conflicto izquierda - derecha: Una reconstrucción histórica de sus estrategias políticas en el período de la Unidad Popular (1970 - 1973)", N° 03-0552VV, patrocinado por el Departamento de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (DICYT) de la Universidad de Santiago de Chile, USACh.

2 González Rojas, E., "Fundamentación teórica del Programa del Partido Socialista", en Jobet, Julio César y Chelén, Alejandro, Pensamiento teórico y político del Partido Socialista de Chile, Santiago, 1972, pp. 67-91. [ Links ]

3 Para la trayectoria y vicisitudes del socialismo chileno en el crucial período 1956 - 1968, son fundamentales Jobet, Julio César, El Partido Socialista de Chile (2 vols., Santiago, 1971), vol., II. Casanueva, Fernando y Fernández, Manuel, El Partido Socialista y la lucha de clases en Chile (Santiago, 1973). Drake, Paul, Socialism and Populism in Chile 1932-1952 (Urbana, Ill, 1978), con traducción al castellano por la Universidad Católica de Valparaíso en 1989. Faúndez, Julio, Marxism and Democracy in Chile from 1932 to the fall of Allende (New Haven, Conn, 1988), con edición en castellano por BAT en 1992. Arrate, J. y Hidalgo, P., Pasión y razón del socialismo chileno (Santiago, 1989). [ Links ] [ Links ] [ Links ]Links ] [ Links ] [

4 Revista Arauco, Nº 18, julio 1961. [ Links ]

5 En Jobet, J, vol. II, pp. 19-32.

6 Ibid.

7 Conversaciones con Adonis Sepúlveda Acuña, Subsecretario General del Partido Socialista de Chile entre 1965 y 1979.

8 En Jobet, J, vol. II, pp. 51-52. Según Armando Barrientos Miranda, Alcalde de Viña del Mar 1970-1972, Diputado en 1973 y dirigente histórico de esa ciudad, los congresos XVI al XVIII marcaron un progresivo giro a la izquierda.

9 La Nación, 9.VII.1957. [ Links ]

10 Algunas de ellas están incluidas en el libro editado por Jobet y Chelén en 1972.

11 Revista Arauco, Nº 40, mayo de 1963. [ Links ]

12 Revista Arauco, N° 42, junio de 1963. [ Links ]

13 Boletín del Comité Central del Partido Socialista, N° 1, febrero, 1964. Es parte de la colección de documentos en la biblioteca de la Fundación Clodomiro Almeyda. [ Links ]

14 El texto completo en la revista Arauco, N° 79, agosto, 1965. [ Links ]

15 Ibid.

16 Ibid., Nº 79, agosto de 1967.


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Congreso de Chillan


El hijo de Lucifer Carlos Altamirano junto al genocida Fidel Castro Ruz



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Conoce el diabólico plan de genocidio preparado por el partido socialista chileno para millones de seres humanos. La maldita manía de la izquierda del asesinato y la violación en masa.

Los terroristas del PS deciden tomarse el poder a la fuerza.



Fuente: Julio César Jobet, Historia del Partido Socialista de Chile (Prólogo de Ricardo Núñez).

Prólogo: Se celebró en Chillán los días 24, 25 y 26 de noviembre de 1967. Asistieron 115 delegados con derecho a voz y voto, en representación de 15.000 militantes activos (la masa partidaria era de unos 50.000 miembros; y entre ambos congresos, Linares-Chillán, ingresaron 9.200 simpatizantes) y un número similar de delegados fraternales con derecho a voz. Se hicieron representar con dos delegados los gobiernos comunistas de la URSS, Alemania Oriental, Rumania y Yugoslavia: y con un delegado el Partido Baas Arabe Socialista, de Siria; y el Partido Socialista de Uruguay. El congreso designó Comisario General a la senadora María Elena Carrera, quien había presidido la Comisión Organizadora; y designó cuatro comisiones de trabajo: de política nacional, de política internacional, de organización y de frente de masas (sindical, campesino, pobladores, escritores y artistas).

La Comisión de Política Nacional aprobó dos votos: uno de posición general, con una previa y extensa fundamentación teórica; y otro de abstención combativa en la elección complementaria para elegir un senador en las provincias de Bío-Bío, Malleco y Cautín. El FRAP consideró la petición de apoyo al personero radical, abogado Alberto Baltra, representante de la corriente izquierdista del radicalismo. El PC y el Partido Social Demócrata le otorgaron su amplio respaldo; el PS no se sumó a esa actitud de sus aliados, y el Congreso de Chillán resolvió la abstención, en vista de no ser posible a esa altura inscribir un candidato propio. El texto de la resolución aprobada en sesión plenaria del Congreso General es éste:

El Congreso General del Partido Socialista estima que: el desenlace de la próxima elección extraordinaria por Bío-Bío, Malleco y Cautín, no contribuye en manera alguna a la solución de los problemas que afectan al pueblo chileno, piensa que los intentos que, a pretexto suyo, se están realizando para resucitar una combinación política radical-socialista-comunista son profundamente perjudiciales para el desarrollo y maduración de la Izquierda Chilena.

La incorporación del Partido Radical al frente político que hasta ahora dirige el Frente de Acción Popular lejos de fortalecer a la Izquierda, la debilita extraordinariamente, engendrando y robusteciendo en ella toda suerte de ilusiones electoralistas que la experiencia ha demostrado ser absolutamente inconducentes para desencadenar un proceso revolucionario dirigido a la toma del poder, máxime cuando las elecciones se realizan con el fin principal de conseguir el mayor número de votos, aspiración que es contradictoria con el propósito de fortalecer orgánica, ideológica y políticamente el movimiento popular.

Estos intentos de incorporar al radicalismo al seno de la Izquierda, significan asegurar, artificialmente, la supervivencia de un partido caduco, que no expresa social ni ideológicamente a ninguna fuerza progresiva y que aspira a subsistir como factor político, mediante desplazamientos oportunistas en el dispositivo político nacional, que le permiten poner precio a su menguante poderío parlamentario y electoral, como lo ha demostrado, hasta la sociedad, la experiencia política de los últimos veinte años. Recuérdese la Concentración Nacional, durante la administración de González Videla, su cooperación interesada al gobierno de Alessandri y el papel que jugó en las elecciones de 1964 la candidatura radical.

Es la descomposición de los partidos Radical y Democratacristiano, y no su artificial supervivencia, el objetivo que busca la Izquierda Revolucionaria como uno de los medios más adecuados para ir definiendo el campo político chileno.

Y quienes están interesados en provocar este esclarecimiento no pueden otorgar al radicalismo “patente de corso” para que, so pretexto de una presunta posición izquierdista, alimente en el seno de la Izquierda ilusiones reformistas y electoreras que, felizmente, estamos logrando superar.

En consecuencia, el Partido Socialista promoverá, durante esa campaña electoral, un esclarecimiento político e ideológico, a través del que se denunciará aquélla, cómo una maniobra que pretende reconstituir la caduca combinación de Frente Popular, es decir, la alianza con un sector de la burguesía nacional, supuestamente progresista.

De ahí que se requiere un esfuerzo orgánico de todo el Partido, y en particular de la dirección nacional, de los parlamentarios y de los Comités Regionales de Bío-Bío, Malleco y Cautín, a fin de cumplir con este propósito lo que, en definitiva, significa la defensa de los postulantes ideológicos del Partido, su independencia de clase, y la aplicación consecuente de la política del Frente de Trabajadores, lo que sentará un precedente para las futuras acciones del Partido Socialista que, insistimos, deben conducir, indefectiblemente , hacia la toma del poder por las clases trabajadoras.

En cuanto al voto sobre la posición política nacional del PS su texto aprobado en el plenario del XXII Congreso General por la unanimidad de sus integrantes, dice así:

1.- El Partido Socialista, como organización marxista-leninista, plantea la toma del poder como objetivo estratégico a cumplir por esta generación, para instaurar un Estado Revolucionario que libere a Chile de la dependencia y del retraso económico y cultural e inicie la construcción del Socialismo.

2.- La violencia revolucionaria es inevitable y legítima. Resulta necesariamente del carácter represivo y armado del estado de clase. Constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico y, a su ulterior defensa y fortalecimiento.
Sólo destruyendo el aparato burocrático y militar del estado burgués, puede consolidarse la revolución socialista.

3.- Las formas pacíficas o legales de lucha (reivindicativas, ideológicas, electorales, etc.) no conducen por sí mismas al poder. El Partido Socialista las considera como instrumentos limitados de acción, incorporados al proceso político que nos lleva a la lucha armada.

Consecuencialmente, las alianzas que el partido establezca sólo se justifican en la medida en que contribuyen a la realización de los objetivos estratégicos ya precisados.

4.- En 1957, el Partido Socialista formuló, en términos generales, la política Frente de Trabajadores. La experiencia histórica nos permite enriquecerla en los siguientes términos:

La política Frente de Trabajadores propugna la unidad de acción del proletariado, campesinos, y de clases medias pobres, bajo la dirección del primero. El Frente de Trabajadores se ve reforzado por la incorporación de sectores estudiantiles y de intelectuales revolucionarios la lucha política por el Socialismo.

Postulamos la independencia de clase del Frente de Trabajadores, considerando que la burguesía nacional es aliada del imperialismo y de hecho es su instrumento; por lo tanto, ha terminado por ser irreversiblemente contrarrevolucionaria. La alianza y compromisos permanentes con ella, ha traído sólo derrotas y postergaciones al campo de los explotados.

Los acontecimientos vividos en América Latina durante los últimos años como consecuencia directa o indirecta de la revolución cubana han ido progresivamente continentalizando el proceso revolucionario y desplazándolo al terreno de la violencia, en la medida en que el imperialismo ha ido acentuando su estrategia continental y mundial contrarrevolucionaria para oponerse a los movimientos populares liberadores.

La política de Frente de Trabajadores, se prolonga así, y se encuentra contenida en la política de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, la que refleja la nueva dimensión continental y armada que ha adquirido el proceso revolucionario latinoamericano.

El Frente de Acción Popular, ha constituido desde los últimos 10 años la expresión política de la clase obrera sobre la base del entendimiento de los partidos Socialista y Comunista de Chile.

En las actuales condiciones chilenas y latinoamericanas, el FRAP debe adecuarse en sus objetivos y organización a la línea general de la política de OLAS, y debe estar destinado a convertirse en el Frente Político que una a todas las fuerzas antiimperialistas revolucionarias que luchen consecuentemente por la revolución socialista.

5.- La situación de Chile se caracteriza porque el equilibrio inestable de muchos años la “coexistencia pacífica” entre las clases están llegando a su término en coincidencia con el agudizamiento de la lucha contra el imperialismo en escala continental.

El fracaso de la política del gobierno de Frei, que ha precipitado este proceso, se expresa, entre otras cosas, por el estancamiento de la economía por una inflación que se acelera, por la cesantía creciente y, últimamente, por el propósito de imponer por la fuerza una medida tan impopular como el reajuste inferior al alza del costo de la vida en el próximo año.

El conjunto de las clases trabajadoras ha comenzado a reaccionar vigorosamente, con una unidad más amplia contra la política de despojo de la burguesía y el gobierno, y ante estas circunstancias, este último, previendo que la protesta nacional adquiera mayores dimensiones, ha montado y sigue desarrollando un aparato policial militar, destinado a la represión en gran escala ¡Hay una gran crisis nacional en marcha!

Paralelamente a la izquierdización de sectores cada vez más amplios de la población en el seno de los partidos burgueses, radical y democratacristiano, surgen directivas “izquierdistas”, que reflejan la inquietud en sus sectores de clase media. Por otra parte, pese a su servilismo, se ha endurecido la conducta del imperialismo frente al gobierno de Frei, porque este no ha aplastado, hasta ahora, al movimiento organizado.

Además, de hecho, el gobierno democratacristiano ha perdido el apoyo del sector empresarial que le ayudó a llegar al poder. La gran burguesía, representada por el Partido Nacional, las centrales patronales, etc., ha recuperado su solidez y optimismo ante la posibilidad de convertirse en la alternativa yanqui para detener la indulgencia revolucionaria de las masas explotadas de nuestro país.

A todo lo anterior se suma un descontento general con evidente pérdida del apoyo popular de que el gobierno democratacristiano gozó al comienzo de su mandato. Hay desplazamiento hacia la izquierda que cada día abarca sectores más extensos de la población, traducido en un descontento general, lo que nos permite concluir que se están creando las bases reales para un cambio decisivo de las estructuras del poder.

Se está creando un vacío político, que el imperialismo yanqui está dispuesto a no permitir que sea ocupado por las clases explotadas.

En resumen, se están desgastando con extraordinaria rapidez las bases del régimen democrático burgués, hasta ahora relativamente estables en nuestro país.

La evidencia dramática de lo que hemos concluido, está dada por el carácter adquirido por el último paro nacional organizado por la CUT. En este conflicto se desplegó el espíritu y voluntad de combate de los trabajadores a lo largo del país, superando los límites de una batalla con sentido estrictamente economista, en que se había planteado las contiendas anteriores, y respondiendo con el coraje y valentía a la represión brutal y sistemática desencadenada por el gobierno.

El partido debe tener plena conciencia de que, en el futuro, las contiendas gremiales se profundizan y paulatinamente serán revestidas de un sentido político más preciso y definido, abriéndose ante las masas la cuestión del poder.

La agudización de la lucha de clases y la tendencia del gobierno a acentuar las medidas represivas y a cerrar progresivamente el campo de la legalidad, obligan al PS a modificar substancialmente sus prácticas organizativas.

Es imperativo de nuestro Partido convertirse realmente en una amplia estructura de núcleos profundamente enraizados en la clase, rodeados de una gama de organizaciones periféricas y preparados para afrontar las contingencias de la ilegalidad. El centralismo democrático y la disciplina consecuente serán convertidos en condiciones fundamentales para el funcionamiento del Partido en el nuevo contexto político.

El XXII Congreso General Ordinario escuchó un extenso informe sobre la situación internacional, elaborado por una Comisión compuesta por los dirigentes Clodomiro Almeyda, Agustín Alvarez V., Julio Benítez, Carlos Morales y Edmundo Serani. El documento parte del reconocimiento de que la posición internacional del socialismo es el aspecto básico de su línea política. Los intentos de elaborar una línea política sobre supuestos fundamentalmente nacionales y de construir el Socialismo en un solo país, genera deformaciones en esa línea o en esa construcción, contrarias al Socialismo posee un carácter internacional insoslayable, y el Socialismo podrá realizarse como sistema de convivencia humana, en forma integral, únicamente si se universaliza. Por otra parte, deja claramente establecido que se ha cerrado la época de las revoluciones a medias. La revolución sólo lo hacen las masas obreras y campesinas, con la participación de las clases medias pobres y los intelectuales de avanzada, cumpliendo en un mismo proceso las tareas democrático-burguesas y las socialistas, con la clase obrera como eje del proceso, proyectada como parte de la revolución mundial.

El PS solidarizó con todos los procesos de construcción socialista iniciados en la URSS y Europa Oriental, en Asia y en Cuba, cuya revolución ha dado una dimensión diferente a la lucha de clases en nuestro continente y ha demostrado la vialidad de la violencia revolucionaria para alcanzar el poder, legando una táctica específica: la guerrilla, y ha dejado en descubierto la impotencia de la burguesía como fuerza progresiva y su real papel contrarrevolucionario.

Junto con aprobar esa valiosa tesis, el Congreso emitió una serie de votos de solidaridad con los diversos pueblos, movimientos líderes en abierta y valerosa lucha contra el imperialismo, en defensa de los intereses de las clases trabajadoras y del Socialismo. Al mismo tiempo, el PS rechaza la aplicación de la política de coexistencia pacífica en América Latina, entendida por la diplomacia soviética y por algunos partidos comunistas, como conciliación entre las clases y como apaciguamiento en la lucha de los pueblos del continente contra las oligarquías dominantes y el imperialismo norteamericano.

Reproducimos un capítulo de especial trascendencia de la tesis internacional del XXII Congreso General Ordinario, sobre la proyección mundial y continental del Socialismo chileno:

Al establecer su política nacional el Partido Socialista debe partir de una realidad objetiva, hoy más vigente que nunca: la revolución chilena se entrona indisolublemente con el proceso continental y mundial, de la lucha de clases, como lo demuestran los siguientes factores externos que gravitan sobre nuestro curso local.

1.- Chile es uno de los países del mundo colonial. Su economía capitalista está, en lo esencial, organizada en función del mercado mundial. Las tendencias económicas internacionales afectan directamente a nuestro desenvolvimiento. Hay que tenerlas siempre en cuenta, para definir una política nacional. Por otra parte, no olvidemos que nuestro retraso económico y cultural se debe a nuestra condición dependiente, es decir, a nuestra ligazón a fuerzas económicas extrañas.

2.- El imperialismo opera con una estrategia global. En su desesperada tarea de hacer frente a la revolución , unifica a las burguesías nacionales y les dan un comando centralizado. La respuesta lógica de los revolucionarios debe ser su unidad internacional . En América Latina , a la OEA debemos oponerle la OLAS ; al Pentágono y al Departamento de Estado , oponerle una dirección revolucionaria continental. La revolución Chilena está indisolublemente ligada a la revolución latinoamericana y esta, a la mundial . La cabal y definitiva realización de sus tareas se logrará sólo en la medida en que se vaya derrotando internacionalmente al imperialismo y a sus aliados, y se vaya estableciendo la planificación socialista a niveles supranacionales .

3.- Consecuente con su definición marxista- leninista, nuestro Partido sustenta el principio del internacionalismo proletario , que debe expresarse en la solidaridad de la lucha mundial por derrotar al imperialismo en todos los frentes y en la construcción de un mundo socialista integrado internacionalmente

Creemos que todos estos hechos no obligan a examinar con la mayor seriedad y atención los procesos externos, para utilizarlos en el esclarecimiento y determinación de nuestra estrategia y técnicas locales.

Por otra parte, nuestra participación en la OSPAAAL e integración a OLAS nos pone ante dos paralelas: ante la conflictiva situación internacional; otra práctica, la construcción de una directiva continental y mundial para el movimiento revolucionario.

La organización de Solidaridad con los pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL) y la Organización Latino-Americana de Solidaridad (OLAS) son un paso hacia la formación de una nueva directiva internacional de la revolución.

El partido Socialista participó de las OSPAAAL y forma parte incluso del Secretario Ejecutivo. Igualmente contribuyó decisivamente a la creación de OLAS.

Consecuentemente debe participar en forma activa en el funcionamiento de esta última, tanto a escala continental como nacional. Para el PS la OLAS es más que una mera institución de solidaridad. Debe convertirse en una dirección de la Revolución Latinoamericana y dar un paso indispensable en el proceso de unidad mundial de los pueblos, meta a la cual nuestro Partido tiene la obligación de contribuir. Y cuyo primer intento lo constituye la creación de OPAAAL en el plano mundial.


Concretamente el Partido Socialista resuelve:

1º Reconocimiento absoluto de OSPAAAL y continuar participando en ella:

2º Hacer suyo los acuerdos de la Primera Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS):

3º Tomar las medidas para que incorporen a su Comité Nacional todas las fuerza revolucionarias y antimperialistas que declararon aceptar los acuerdos y cumplir los requisitos establecidos en la Primera Conferencia de OLAS; y

4º Estudiar de inmediato las formas de poner en práctica las acciones efectivas de solidaridad para con los pueblos que han tomado la vanguardia de la lucha de liberación continental.

En consecuencia, para que OLAS se convierta en el Estado Mayor de las fuerzas revolucionarias del continente debe abrir un amplio debate entre los revolucionarios de América Latina que le permita intervenir con una visión propia de la urgente tarea de clarificación de los problemas de la lucha de clases y a escala mundial. En esta forma OLAS podrá homogenizarse y fortalecerse interiormente y aportar positivamente a la tarea de construir un comando internacional unificado de los pueblos contra el imperialismo. En cuanto a nuestro Partido debe dar el ejemplo a través de su propia discusión y clarificación interna, proyectándola después a las otras organizaciones revolucionarias del país. Para mejor hacer posible esta discusión entregamos las siguientes ideas básicas:

La Gran Tarea: posibilitar la existencia de la dirección unificada de la revolución socialista mundial.

Señalamos a continuación una serie de consideraciones que orientan nuestra toma de posición en el cuadro continental y mundial:

a) El partido Socialista se reconoce parte de las fuerzas que luchan por el socialismo en mundo entero.

b) El proceso mundial de la revolución socialista no puede quedar librado a la espontaneidad. Debe ser dirigido en términos globales, teniendo en cuenta que el propio imperialismo centraliza la conducción de las fuerzas contrarrevolucionarias.

c) El Partido Socialista aspira a una progresiva conformación de una dirección internacional de los socialistas revolucionarios. Es cierto que tal tarea es difícil especialmente debido a la presión de las profundas divergencias que afectan al movimiento revolucionario mundial. Pero es de urgencia comprenderla.

ch) Sostenemos que ningún partido, ni Estado, tiene derecho a monopolizar la dirección de los pueblos revolucionarios con un ejercicio burocrático que sacrifique el curso de la Revolución Mundial a los intereses y necesidades de la tendencia o del Estado; mucho menos en el actual período de discusión y enfrentamiento tendencial.

d) Valorizamos la superior experiencia alcanzada por otros partidos o movimientos. Queremos utilizarla positivamente , pero sin abdicar en nuestra responsabilidad de encontrar los cambios concretos que ha de seguir la revolución chilena y aportando nuestros propios puntos de vista frente a los problemas generales de la lucha de clases.

e) Reconocemos que el conocimiento y dominio de las tendencias objetivas que presiden el acontecer histórico se logra mejor desde una perspectiva supranacional.

Por lo tanto, una futura dirección internacional está en las mejores condiciones para diseñar una estrategia colectiva de los pueblos. Pero la aplicación específica a los peculiares condiciones locales es tarea que reivindicamos para cada partido o movimiento nacional.

En cuanto a las proposiciones de la Brigada de Escritores y Artistas Socialistas aprobadas por la Comisión de Frente de Masa y, luego, por el Plenario, fueron las siguientes:

1º. El Congreso del Partido Socialista estima de máxima importancia la acción de los intelectuales chilenos en la revolución socialista.

2º. Hace suyo el ideal del “hombre nuevo latinoamericano” expresado por el gran humanista comandante Ernesto “Che” Guevara, y enriquecido por la experiencias nacionales.

3º. Acuerda vigorizar, y centralizar la acción intelectual revolucionaria a través de su brigada de Escritores y Artistas Socialistas, y a través de la investigación de los intelectuales en todas las fuerzas revolucionarias, en la OLAS, sin sectarismo de ninguna especie.

4º. Acuerda integrar la Brigada de Escritores y Artistas Socialistas, a todos los niveles de sus organizaciones partidaria y hacer un llamado a los intelectuales de izquierda y a la juventud a engrosar sus filas.

5º. Acuerda denunciar y luchar contra la acción destructora de nuestra cultura, que realiza el imperialismo norteamericano en estrecha unión con los monopolios culturales nacionales, a través de los medios de difusión.

6º. Acuerda la creación de la Comisión Nacional de Arte y cultura, organismo de dirección central del Partido, el que estará ligado al trabajo permanente de la Brigada de Escritores y Artistas Socialistas. En ese sentido la dirección del Partido entregará los medios económicos adecuados a las necesidades del trabajo.

7º. Acuerda hacer un llamado a los intelectuales marxistas a integrarse a las frentes culturales de masas, tanto en el nivel nacional como en el internacional.

8º. Acuerda proponer al nuevo Comité Central la creación de órganos de expresión de carácter político y cultural, que estén acordes con las necesidades históricas de la hora, como serían la publicación de un diario o periódico, o contratación de espacios radiales, y edición de una revista de cultura que pueda recoger y transmitir la acción revolucionaria de los trabajadores intelectuales marxistas.

Por la Brigada de Escritores y Artistas Socialistas: Mahfud Massis, Presidente; Mario Ferrero, Vice-Presidente; Alfonso Jorquera, Secretario General; Walter Garib, secretario de finanzas; Alejandro Chelén Rojas, Eduardo Taibo, Horacio Fernández, Eduardo Molina Ventura y Mario Rojas Lobos, directores.




Le exigimos a la justcia que estos criminales sean llevados a la carsel y paguen sus crimenes.



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martes, 26 de enero de 2010

Estonia bajo el Terror Rojo


Estonia bajo el Terror Rojo

Por Fernando Díaz Villanueva
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Cortesía de La Ilustración Liberal.

El 23 de agosto de 1939 los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética firmaron en Moscú un pacto para el reparto de la Europa del Este entre ambas naciones que, en el eufemístico lenguaje diplomático, se denominó "Tratado de No Agresión Germano-Soviético". El acuerdo, sellado entre abrazos y sonrisas una semana antes de que los soldados de la Wehrmacht irrumpiesen en el pasillo de Danzig, condenaba en primera instancia a Polonia, nación que debía desaparecer, y devolvía las fronteras orientales del continente al estado en que se encontraban antes de la I Guerra Mundial. Pero Polonia no era el único plato del festín: las porciones de Bielorrusia y Ucrania que habían quedado dentro de aquélla tras la paz de Versalles, Moldavia –que formaba parte de Rumania– y las jóvenes repúblicas bálticas –que habían accedido a la independencia tras una breve guerra contra el primer Gobierno bolchevique de Lenin– serían anexionadas a la URSS, sin que nada ni nadie pudiese impedirlo.


Mientras el mundo contemplaba absorto el resuelto avance del ejército alemán en Polonia y, sobre todo, en Francia, otra guerra, ignorada pero mucho más despiadada, empezaba al otro lado del río Memel, en los lejanos confines del Báltico oriental. El Ejército Rojo ocupó sin miramientos lo que los protocolos secretos del pacto con los nazis declaraban soviético. A excepción de Finlandia, que luchó y logró sobrevivir, una amplísima franja de terreno que iba de las costas de Estonia a las del Mar Negro fue absorbida por el gigante comunista.

Las autoridades de Estonia, con la esperanza puesta en que una rendición a tiempo ahorrara muerte y destrucción, ordenaron a los ciudadanos deponer las armas y franquear el paso al Ejército Rojo. Pensaban que, de este modo, sería relativamente sencillo llegar a un acuerdo con Stalin para que, al menos, concediese una cierta autonomía. En Moscú, sin embargo, los planes eran otros. Los dirigentes soviéticos sabían varias cosas que el inocente y apaciguador Gobierno de Tallin no había tenido en cuenta.

Estonia había formado parte del Imperio Ruso desde tiempos de Pedro el Grande, motivo suficiente para que, en el imaginario soviético, ese país fuese considerado parte irrenunciable de la recreación imperial a la que aspiraba el zar rojo. Además de eso, que era ya razón de sobra para anexionarse la antigua provincia, el tratado de Tartu, firmado en 1920 y garante de la independencia de la nación báltica, permitió a los estonios vivir al margen de la Revolución, que en sólo dos décadas había traído un rosario de desgracias a la parte del Imperio Ruso que los bolcheviques heredaron después de bajarse los pantalones ante Alemania en Brest-Litovsk. Había llegado la hora de revertir tal estado de cosas.

En Estonia, a diferencia de en otras regiones del Imperio, el comunismo no era sino una doctrina exótica practicada el vecino que, curiosamente, contaba con multitud de adeptos en Occidente. No se habían acometido nacionalizaciones, ni colectivizaciones agrícolas ni, naturalmente, purgas ideológicas y deportaciones, peculiaridades soviéticas que llevaron el dolor y el horror a tantos lugares. Alejados del infierno soviético, los estonios prosperaron en su corto periodo de independencia. Liberada del corsé zarista, Estonia había desarrollado una relevante clase de pequeños propietarios, al tiempo que su nueva moneda, la corona, ganaba estabilidad y reorientaba su comercio hacia Occidente. Valga como dato definitivo de la vocación de aquella primera república estonia el hecho de que en 1940 sólo el 3% de sus intercambios comerciales tenía por consocio a la Unión Soviética.
La deportación de junio

Todo cambió a partir de junio de 1940, fecha en que se hizo efectiva la ocupación. Dos meses más tarde quedó establecida formalmente la República Socialista Soviética de Estonia.

La primera medida de los nuevos patronos enviados desde Moscú fue acometer una limpieza

Estas categorías representaban aproximadamente un cuarto de la población total del país, que por aquel entonces rondaba el millón de personas. En la década de los 40, que fue testigo también de la ocupación nazi, todos los que pertenecían a las categorías referidas fueron encarcelados y deportados. Casi todos murieron víctima de las torturas, los pelotones de fusilamiento o el hambre.

Tras los soldados llegó la administración soviética. Durante el primer año de ocupación fueron detenidas y conducidas a la checa de Tallin unas 8.000 personas. Entre ellas figuraba el anterior Parlamento estonio al completo, el mismo que se había rendido en espera de un mejor trato. Todos los diputados, a excepción de uno, que logró escapar a Suecia, fueron ejecutados, se suicidaron o fueron internados en clínicas mentales, donde al poco fallecerían.

El procedimiento fue tan rápido que no hubo tiempo ni para ensayar una pantomima legal. Los sospechosos que sobrevivían a la checa salían de Tallin en dirección a unas casas de campo de las afueras de la ciudad, donde eran fusilados sin más dilación y enterrados en fosas comunes. Para ahorrar munición, los guardias soviéticos sólo efectuaban una carga. Esto ocasionó que muchos fuesen a la fosa aún con vida.

La profunda transformación social que exigía la recién nacida República Socialista Soviética de Estonia requería la liquidación del pequeño propietario de tierras, con independencia de si el campesino de turno vivía con lo justo y su propiedad se limitaba a una pequeña parcela y un pedazo de bosque. En junio de 1941, conforme a una directiva emitida por Andrei Zdhanov, enviado especial de Stalin al Báltico, comenzaron las deportaciones masivas de campesinos estonios a Siberia. El objetivo que perseguían las autoridades moscovitas con este tipo de acciones era doble: por un lado, fulminar a los pequeños propietarios que pudieran, en un momento dado, mostrarse reacios a las colectivización, y, por otro, ir dejando espacio para la rusificación de la zona.

La deportación, oficialmente llamada "evacuación forzosa", fue llevada a cabo por una troika (trío) compuesta por dos comisarios del pueblo: Boris Kumm (Seguridad) y Andrei Murro (Interior), y por el secretario general del Partido Comunista Estonio, Karl Säre. En la noche del 13 de junio, brigadas de oficiales soviéticos auxiliados por miembros del partido comunista tomaron pueblos y aldeas en todo el país. Cada brigada llevaba consigo una lista de evacuables, que debían ser sacados de sus casas a la fuerza y arrojados a vagones de ganado. Para evitar problemas de orden público y heroicidades de última hora, los afectados desconocían no ya su inclusión en las listas, sino la existencia misma de éstas. Casi 12.000 personas fueron deportadas en sólo una semana. Su destino eran los campos de trabajo siberianos. Más de la mitad murieron, una parte durante el viaje en tren, realizado en condiciones infrahumanas, y la otra a lo largo del primer invierno en Siberia.

Para la última semana de junio la sovietización de Estonia avanzaba de acuerdo a lo planeado.
Entre nazis y soviéticos

La Operación Barbarroja, tal y como Hitler la había bautizado –en recuerdo del emperador Federico I–, se articulaba en tres grupos de ataque: el primero se dirigiría al sur, y su misión era conquistar Ucrania; el segundo, al centro, a Moscú, corazón del Imperio Rojo; el tercero, al mando del mariscal Ritter von Leeb, pondría rumbo al norte, para tomar Leningrado y, de paso, liberar las repúblicas bálticas.

La noticia de la invasión fue recibida en Estonia con esperanza. El 1 de julio las tropas alemanas se encontraban en Riga, lo que hacía presagiar que, a ese ritmo, Estonia sería conquistada en poco más de una semana. Desesperadas por una derrota absoluta que no terminaban de explicarse, las autoridades soviéticas tomaron la determinación de no retirarse sin antes destruir todo lo que pudieran.

Tal estrategia de tierra quemada, que más tarde adoptarían los alemanes en el sentido inverso de la invasión, se cebó con Estonia por ser ésta la república más septentrional. Para evitar que los nazis liberasen a los presos políticos en curso de depuración, los soviéticos emprendieron el asesinato masivo de reclusos. No hubo tiempo de torturas ni, en muchos casos, de enterrar los cadáveres. Apremiados por la cercanía de los alemanes, los soviéticos perpetraron matanzas sin nombre. En la prisión de Tartu liquidaron de una vez a 192 presos. Los cuerpos fueron arrojados a un par de fosas excavadas apresuradamente en el patio del penal; los que no cupieron fueron arrojados al pozo de la prisión.

Con todo, los fusilamientos en las cárceles no fueron más que el aperitivo de la desordenada y criminal retirada del Ejército Rojo. Al calor de la invasión alemana se habían formado en el campo partidas de guerrilleros que, bajo el nombre de Hermanos del Bosque, hostigaban a las tropas soviéticas y a los numerosos agentes de la Checa (NKDV) que fusilaban sumariamente a los jóvenes que se negaban a alistarse. Por orden directa de Stalin, se constituyeron batallones especiales cuyo único mandato era destruir lo que encontrasen y matar al mayor número de gente posible.

Las órdenes eran simples, y no imponían restricción alguna a los miembros del Ejército Rojo. Esto dio lugar a un sinnúmero de atrocidades y a la muerte de miles de inocentes, especialmente en los pueblos. Los soldados, dándolo todo por perdido, tiroteaban a la población civil y violaban, y posteriormente mutilaban, a las mujeres. Multitud de granjas y aldeas fueron incendiadas, y el asesinato a bayonetazos de menores de edad se convirtió en moneda corriente. A finales de agosto, en la última fase de la retirada, chequistas, soldados y miembros de los batallones disparaban a todo el que se les ponía a tiro.

El día 28 los alemanes entraron en Tallin, sobrecogida de tal manera por la violencia soviética que recibió a los nuevos amos como salvadores. La isla de Saaremaa permanecería bajo control soviético otros dos meses, durante los cuales el terror rojo se agudizó hasta extremos intolerables. El castillo de Kuressaare se transformó en una inmensa checa en la que los agentes de la NKDV dieron rienda suelta a sus instintos más bárbaros. Su especialidad era introducir las piernas de los sospechosos en agua hirviendo y, luego, arrancarles los ojos. Todo en nombre de una República Socialista que había dejado de existir.

El sufrimiento de los estonios no acabó con la llegada de los alemanes. Ni mucho menos. En su huida, los soviéticos habían alistado a la fuerza a 33.000 jóvenes, que desde ese momento pasaron a ser la carne de cañón del Ejército Rojo. Buena parte de ellos, unos 8.000, fueron declarados "no confiables" y enviados de inmediato al Gulag siberiano; el resto pasó a conformar el Cuerpo de Fusileros Estonios, masacrado en casi su totalidad durante esa "guerra patriótica" que no iba con ellos.

Para el año 1944 los alemanes habían perdido la guerra y se retiraban en desbandada hacia el

Entre 1944 y 1945 fueron enviados a Siberia 10.000 hombres. La práctica totalidad murió durante el primer año. Al año siguiente los deportados ascendieron a casi 14.000; por descontado, compartieron el destino de los compatriotas que les habían precedido. Estas primeras limpiezas tenían por objetivo principal a los varones jóvenes, más proclives a enredarse en guerrillas y ofrecer resistencia.
La deportación de marzo

Ahora bien, los jerarcas comunistas no tenían pensado dejar tranquilo al resto de la población. Entre 1947 y 1948, con la guerra ya terminada y el impenetrable Telón de Acero garantizado la impunidad soviética, se planificó cuidadosamente una deportación masiva de carácter étnico. El propósito no declarado era reorganizar demográficamente las repúblicas bálticas y ablandar a los que quedasen para que aceptaran sin rechistar la colectivización de la tierra.

En sólo tres días, casi 100.000 ciudadanos de Letonia, Lituania y Estonia fueron deportados a Siberia, en una operación sin precedentes. De Estonia salieron unos 20.000, aunque en origen se había planeado que fueran 30.000, o lo que es lo mismo, el 2,5% de la población. La deportación fue masiva y sin concesiones. Familias enteras tuvieron que subir a trenes destinados al transporte de ganado, sin más elección que abordar el vagón de turno o morir en el acto de un balazo. El deportado más joven era un bebé de un día de vida; el más mayor, una anciana de 95 años. Ambos murieron en Siberia.

El destino de los deportados eran provincias lejanas en mitad de ningún sitio. Los más afortunados sobrevivieron cultivando aquellas tierras gélidas en improvisados koljoses donde la esperanza de vida se cifraba en meses. Los menos murieron de hambre y frío en los interminables trayectos ferroviarios, no muy diferentes a los que, años atrás, padecieron los judíos que acabaron en los campos nazis. A uno de los grupos, asentado en las cercanías de una base militar de la provincia de Omsk, le tocó ser el conejo de indias de las primeras pruebas nucleares soviéticas. La radiación ocasionó a los deportados enfermedades de todo tipo, abortos en mujeres embarazadas y malformaciones en los recién nacidos. Nadie se hizo cargo de aquel horror.

Las deportaciones continuaron hasta, más o menos, la muerte de Stalin, en 1953. Para entonces, unos 50.000 estonios, hombres, mujeres, niños y ancianos, habían sido arrestados y metidos en vagones camino del Gulag. Su único pecado fue ser estonios y dejarse atrapar por un Estado omnipotente para el que la vida y la dignidad humanas apenas tenían valor.

La deportación estaba en la naturaleza misma del régimen soviético, y los estonios fueron una minoría dentro de los movimientos forzosos de población que los dirigentes soviéticos llevaron a cabo durante años. Letones, lituanos, ucranianos, bielorrusos, georgianos, calmucos, chechenios… la lista es tan grande como la de nacionalidades que, bajo el yugo del PCUS, convivían en la Unión Soviética. El objetivo era controlar a la población y mantenerla acobardada. Para ese fin no había mejor receta que la del terror indiscriminado y arbitrario.

La suerte de los "enemigos del pueblo" deportados fue muy benigna en comparación con la de los enemigos declarados del Ejército Rojo, los Hermanos del Bosque. Los agentes de la Cheka barrieron durante años el medio rural, en busca de miembros y simpatizantes de una guerrilla que ya había desaparecido. Los métodos eran los habituales: torturas a los aldeanos y ejecuciones sumarias basadas en simples sospechas o en acusaciones secretas de terceros.

Entre las deportaciones y los fusilamientos, Estonia se sovietizó a una velocidad vertiginosa, la que los responsables del Partido Comunista pretendían imprimir desde el mismo momento en que el primer soldado del Ejército Rojo cruzó la frontera, en 1940. El miedo cerval al Estado y a las consecuencias que se derivarían de poner en cuestión el sistema quedó instalado en la mentalidad del pueblo. La calma que sucedió a la primera década de asesinatos y persecuciones no era más que una fina película, bajo la cual latía una mezcla de recelo mutuo. En la Unión Soviética todos desconfiaban de todos, y ésa era la argamasa que unía por fuera a una sociedad quebrada por dentro.

La desestalinización de tiempos de Jrushchov suavizó las formas pero no el fondo de un régimen enfermo. Los supervivientes de las deportaciones de marzo solicitaron permiso para volver a Estonia. Muchos lo consiguieron, pero al volver se encontraron con que su país ya no era su país. Y es que los estonios enviados a Siberia habían sido reemplazados por rusos, bielorrusos y ucranianos, invitados a asentarse en pueblos que, una década antes, estaban habitados exclusivamente por estonios. A esto se sumaba el estigma social que pesaba sobre los deportados, convertidos en ciudadanos de segunda y sometidos a vigilancia continua por parte de la policía.

En 1989 los estonios representaban sólo el 60% de la población de Estonia, un 35% menos que en 1945. Del millón de habitantes con que contaba el país al comenzar la dominación soviética, cerca de 180.000 perdieron la vida durante la misma y a causa de la misma. Esto equivale a un 17% de la población. En la España de hoy estaríamos hablando de 7 millones de personas. ¿Lo soportaríamos?

A diferencia de la Alemania Federal de posguerra, que asumió la responsabilidad de los crímenes nazis pagando por y haciéndose cargo de ellos, ningún Gobierno ruso se ha disculpado u ofrecido facilidades para investigar el Terror Rojo y llevar a los culpables que queden con vida ante la Justicia. Las varas de medir para los genocidios de las dos grandes tiranías del siglo XX siguen siendo muy distintas.
integral del tejido social. Se prepararon listas de "enemigos del pueblo", es decir, de gente que tenía que ser reeducada o, en el peor y más frecuente de los casos, eliminada físicamente. Aquellas listas –elaboradas en 1941– incluían a todos los miembros del anterior Gobierno, a todos los altos funcionarios, a todos los jueces, a la jerarquía militar al completo, a los miembros de los partidos políticos y de las organizaciones estudiantiles, a los oficiales de policía, a los representantes de empresas extranjeras y a todos aquellos que tuviesen alguna relación conocida con el extranjero, ya fueran aficionados a la filatelia, socios de la Cruz Roja o estudiantes de esperanto. En otros listados figuraban los empresarios y propietarios nacionales y el clero protestante en pleno, es decir, los fantasmas familiares del bolchevismo. Sobrevino entonces algo que nadie, ni los desdichados estonios ni el Politburó moscovita, esperaba: en la madrugada del día 22, tres millones de soldados alemanes atravesaron la línea pactada en agosto del 39. En apenas dos semanas, el Ejército Rojo se vino abajo. Las divisiones soviéticas se rendían en masa o se batían en retirada como alma que lleva el diablo. sur. Viéndolas venir, muchos estonios abandonaron el país, buscando refugio en Suecia o Alemania, de donde más tarde hubieron de salir, con lo que conformaron la diáspora estonia. El resto, nuevamente presa de una inexplicable ingenuidad, concibieron la idea de que podrían recuperar la independencia formando milicias que llamasen la atención de los aliados occidentales. Nada de eso sucedió. En otoño de ese año la URSS se hizo de nuevo con el control del país: automáticamente, y esta vez sin componenda alguna, los soviéticos reemprendieron la labor que habían dejado a medio hacer tres años antes.


Liberalismo.org

Estas son las mierdas que según la historia oficial liberaron a Europa.



Continuación...



EL GENOCIDIO DEL PUEBLO LETÓN A MANOS DE LOS CARNICEROS COMUNISTAS



















En la fotografía de arriba a la izquierda el sastre letón Voldemars Janelis antes de la invasión estalinista a Letonia, la segunda imagen al ser secuestrado por la policía secreta de la URSS, cuando Letonia fue invadida por el Ejercito Rojo.
Y la tercera fotografía es el de su cadáver, luego de ser torturado salvajemente por los carniceros comunistas de la NKVD hasta morir.




¿Cual fue su pecado para que lo mataran los comunistas?, ¿ser fascista?, ¿ser un aristócrata?, ¿ser un burgués multimillonario?
No, solo por ser un modesto sastre fue detenido y asesinado por estos sádicos malditos.
Que Dios lo tenga en su gloria, y a sus asesinos en el infierno.






El número de deportados en ese pequeño país ascendió a cincuenta mil, de los que, al cabo de seis años regresaron, procedentes del Mar Blanco, unos 2.500. Los muertos pasaron de treinta mil.

Mutilaciones rituales, quemaduras, tiros en la nuca, miembros amputados...así liberaban los comunistas al pueblo letón. Sacerdotes, profesores, médicos, oficiales...pero también zapateros, granjeros, albañiles...

¿Era realmente la clase social lo que se perseguía o era otra cosa...algo que hoy es tabú decir?











¡¡¡NUNCA MÁS, QUE NO NOS LLEVEN NUNCA MÁS INDEFENSOS AL MATADERO!!!











Sumidero para la sangre, en una esquina de la sala de torturas y ejecuciones en Riga, Letonia











Los pasillos del terror comunista en Letonia









































Víctimas letonas de esos locos sedientos de sangre "burguesa", de esos matarifes malditos de Dios

¿Qué torturas les infligieron esos sádicos psicópatas comunistas? En Letonia...pero también en Hungría, Lituania, Polonia, Rusia, España, China, Camboya, Cuba, Angola, Afganistán, Alemania, Francia, Italia...

¿Son los mismos sádicos que torturan en Palestina, Iraq...?
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